martes, 29 de enero de 2013

Avejente.


Camíname lánguidamente eternidad,
Ándame, en este pávido ocaso,
Que el recinto se me forja impío
Y las lágrimas no esperan dejarse ver…

Sofócame en soplo grácil tu voz,
Y recórreme sin vana hesitación,
Trótame la tez sin tumulto o flaqueo,
Que de vida, no es mi adiós tu trofeo. 

Afonías patrono, de mutis anhelo sentir, 
Más no me colmes de utopías el alma, 
Ni me yerres discrepo, del tálamo, al edén,
Cálida el alma mía, tus lisonjas… mi ser. 

Vuélveme a renacer, tanto como ayer 
Anfiteatro de sabiduría, cernícalo arrogante, 
Yerme mi lecho, enjuga mi senda febril 
Que yazgo solemne, que expiro endeble… 

Más mis cortezas aún en lasitud estremecen, 
Y tú, cándido afiebrado de sosiego fugaz, 
Me acunas y derrochas, apaciguas tormento 
Y reincides de nuevo a mirarme vagamente 
Donde tienes otras, por quien tienes tantas… 

Acállame la vida y escabúllete sereno, 
Ándame en ocaso perpetuo la vida, 
Marchita este hálito, que te aclama 
Llévalo al ocaso, no vuelvas el rostro atrás; 

Que anochecida estaré de pena, 
Al saberte mío en mi juventud plena 
Y verte alejar de mí, por vana imagen, 
Tras quimera de pieles nuevas, acordes 
Y disconformes a lo que un día fuiste para mi… 

Excéntrico réquiem de ensueño, 
Halagüeño por preferencia, 
Ángel mío, de mi sueño eterno. 

*S.*G.* 


Derechos reservados.